2024-12-09

Tu nombre no me suena

 

No debimos haber formateado aquella PC sin tomar nota. No teníamos los controladores de la tarjeta de sonido ni documentación de la PC. La tarjeta no tenía marca y el internet era aún muy joven.

En aquel entonces coordinaba los servicios de un departamento de informática. Iban apenas dos o tres años de que existía Internet.

Era común que reinstaláramos computadoras. Cuando reinstalabas, más te valía tener los discos con los controladores: tarjetas de video, sonido, red, impresora, etc. Si te falta un controlador, tu computadora prácticamente no te sirve porque vas a tener un dispositivo sin funcionar. 

Sin embargo, en aquella época, dejaba de importar que no encontraras los diskettes o CDs de instalación, porque los podías descargar desde el maravilloso Internet. Si sabías cuáles buscar. Entrabas a la web del fabricante o a sitios que consolidaban ligas a controladores de diversas marcas y ¡voila! descargabas el software controlador y lo instalabas.

Pero un día nos cayó aquella PC de la jefa de Recursos Humanos (RH), quien a manera de favor personal me pidió que la reinstaláramos a la mayor brevedad. Me dio los discos con los controladores, pero nos faltaba el de la tarjeta de sonido y algún otro, tal vez el de la de red.

Mi equipo de inexperimentados practicantes -igual que yo- se encargó de reinstalar, previo respaldo de archivos y búsqueda de los controladores en el disco duro sin éxito. El problema fue que no tomamos nota de cuáles controladores aparecían en la lista como instalados para después buscarlos. 

Formatearon, reinstalaron sistema operativo, controladores; descargaron el controlador de la tarjeta de red y llegaron a mí con una pregunta: 

¿Cuál controlador de sonido instalamos? El dispositivo nos aparece como desconocido y no encontramos ninguno “que le quede” de los más comunes.

Fácil: desarmémosla o busquemos las especificaciones de qué componentes usa este modelo, para ver cuál es el fabricante de la tarjeta de sonido. 

No encontramos información y una inspección visual de la tarjeta de sonido tampoco nos dio resultado. No tenía ni una etiqueta ni logo, texto o marca conocida que nos diera un indicio.  

¿Y ahora?  

Nos miramos unos a otros frunciendo la boca y acariciándonos la barbilla -no mutuamente, sino que cada quien la suya, eso sí. 

Miré de cerca, con lupa, cada uno de los chips montados en la tarjeta y encontré el nombre de una marca desconocida en uno de ellos.

Busqué en internet y me salieron varios controladores, los practicantes probaron todos y con ninguno funcionó. 

Una búsqueda en Netscape -no existía Google- me ayudó a enterarme de que las marcas de tarjetas de sonido A, utilizaban a su vez chips de esta marca X.  

Descargamos los controladores que encontramos de la marca A. Ninguno funcionó. Internet parecía decirle a uno de los componentes que hacían posible la dimensión sonora, comunicativa y de entretenimiento de la tecnología: “Tu nombre no me suena”.

Me gustaba encontrar controladores, era bueno para eso, ninguno se había resistido a las páginas web especializadas en ellos, pero este ya había dado demasiados problemas.

Seguí buscando controladores de la marca A y di con un sitio web ingenioso especializado en tarjetas de sonido. Te mostraba fotos de las tarjetas de para que identificaras la tuya. Fui desplazándome hacia abajo por la página, mientras comparaba la tarjeta de sonido expuesta de la computadora desarmada sobre mi escritorio cual paciente en sala de operaciones contra las varias fotografías de tarjetas hasta que la encontré. La página tenía ligas para descargar los controladores correspondientes a cada foto. Caído del cielo.

Descargamos el controlador, lo instalamos y ¡voila! funcionó. 

Le copié el controlador a la jefa de RH en un diskette de tres y media pulgadas marca 3M, rotulé una etiqueta y se la pegué. Le regresamos su PC como nueva y quedó muy agradecida y satisfecha.

Realmente este ha sido el controlador más difícil de encontrar de mi historia.

La jefa de RH me dijo, luego te traigo una PC de mi hijo para que también me eches la mano por favor ¿no? Me troné los dedos. Sí claro, le dije sonriendo.

Imagen de Tom

2024-12-07

El año que salvamos al mundo


Hace 25 años para estas fechas, algunos estábamos trabajando en los preparativos para evitar que algo conocido como el problema del año 2000 o Y2K en inglés, no afectara a las computadoras en empresas e instituciones.

La causa del problema era que los chips y el software usaban dos dígitos para el año. Así el año 99 en un programa de computadora, representaba a 1999 y 00 era... ¿1900 o 2000, 1800, 1100 etc.? Esa era la pregunta. El software iba a interpretar estos dos dígitos de muchas y diferentes maneras, muchas de ellas con consecuencias potencialmente desastrosas, dependiendo de cómo se había programado.

Había que salvar al mundo. Las consecuencias podían ser muchas, cortes de energía, caída del sistema telefónico, de satélites, fábricas, cargos millonarios de servicios, etc. En resumen, todo lo que podría salir mal, iba salir mal, es la Ley de Murphy. El caos. 

¿Cómo llegamos aquí, o sea cómo se les ocurrió abreviar a solo dos dígitos? Sucede que el almacenamiento era muy caro, por lo que la memoria y los discos eran de capacidades que hoy dan risa. Entonces había que ahorrar dígitos y caracteres tanto para hacer programas de computadora como para diseñar microprocesadores (“chips”). Para solucionarlo, hubo iniciativas de gobiernos y empresas en el mundo.

Internet jugó un papel para distribuir información. Las soluciones iban desde lo más sencillo como hacer actualizaciones que trabajaban a nivel de los chips en la computadora, hasta correcciones de software para que interpretara el 00 como 2000. Y pruebas, muchas pruebas.

Mientras tanto los medios hablaban del problema con cierto sensacionalismo, circulaban también teorías conspiracionistas. 

En aquel tiempo los temas de informática no ocupaban primeras planas, a diferencia de hoy día que estamos tecnologizados en todas las facetas. Este tema sí que las ocupó.

Mientras los medios y el cine hablaban del apocalipsis tecnológico del 2000, algunas empresas y gobiernos traían del retiro a programadores de la vieja guardia que conocían un lenguaje de programación abandonado pero que hasta hoy día ejecuta operaciones vitales: COBOL. Había que corregir programas hechos en este viejo lenguaje que solo pocos conocen. También se contrató a programadores jóvenes siempre que conocieran el lenguaje, una querida amiga y colega mía, contemporánea, estuvo a cargo del proyecto año 2000 de una empresa de alimentos.

A la fecha, cada que pagas con tarjeta, retiras dinero, usas un seguro, haces una reservación o requieres un servicio de gobierno, probablemente un programa hecho con COBOL ayude a llevar esto a cabo. Las apps, terminales, cajeros automáticos, etc., terminan enviando datos a una computadora en un banco donde hay programas hechos en COBOL que llevan a cabo la transacción. 

Pues hubo que programar las correcciones en este tipo de software legado de los 60s y 70s. Y así técnicos e ingenieros en informática y sistemas y similares fuimos trabajando caso por caso, recorriendo inventarios de software y hardware para identificar que había que hacer en cada caso y aplicar soluciones. 

Finalmente lo logramos, no se acabó el mundo en el 2000, brindamos y sonreímos. Hubo pocas consecuencias comparadas contra los riesgos. Hubo lecciones aprendidas, hubo reconocimiento del impacto que esta forma de diseño trae y se anticiparon problemas como el del año 10,000. 

Sí, habrá un problema en el año diez mil, pero como dijo alguien una vez “les tocará a otros y lo arreglarán”.

Imagen de Tung Lam

Tu nombre no me suena

  No debimos haber formateado aquella PC sin tomar nota. No teníamos los controladores de la tarjeta de sonido ni documentación de la PC. La...